Testimonio de Jaime Vales
Desde que nací, se me ha exigido mucho de forma que todo lo que debiera hacer tenía que acercarse a la perfección o aspirar siempre a ella. Esto me llevo a tener ideales muy altos en la vida. En mi casa lo máximo que se exigía era ir a misa los domingos, lo cual no me costaba, pues había que ir todos en familia y no existía forma de escaquearse.
Ahora que voy mirando mi pasado me doy cuenta de que Dios ha estado siempre a mi lado, y todo cuanto he vivido ha sido don, regalo, de Dios. Siendo yo muy pequeño fui durante algún tiempo con más niños a rezar el rosario los sábados a una casa. Para mí era una forma de matar el tiempo y de conocer más niños. Después me mudé de casa y ya no podía frecuentar tal grupo. Empecé a ir a catequesis de confirmación al lado de mi casa, había muchos niños y jóvenes pero sólo nos veíamos ese día y cada uno para casa y lo que ahí estudiábamos no lo vivía. Al finalizar el tiempo de preparación para la confirmación me propusieron entrar en un grupo de jóvenes, al cual asistí con entusiasmo, pero al cabo de un mes lo dejé porque los temas que ahí se trataban eran muy aburridos y yo no entendía nada. En este tiempo en bachillerato e intenté cambiar todo lo que antes había hecho amoldándome el nuevo grupo de amigos, que en algunos campos me llevaron muy lejos de Dios y de mí mismo.
Durante el bachillerato me propusieron entrar en un grupo de jóvenes para realizar conferencias, campamentos, etcétera, sobre formación humana y liderazgo. Ahí aprendí más sobre mis capacidades y empecé a desenvolverme mejor, pero ya me había puesto una máscara y yo no me mostraba como era sino como querían los demás, no quería ser rechazado. Durante aquel tiempo mis aspiraciones crecían y yo quería crecer tanto personal como intelectualmente, y emprender un camino. Para destacar quería estudiar una ingeniería, tener una familia, ser muy conocido.
Fue en ese tiempo cuando una pareja dentro del grupo de liderazgo me invitó a unas misiones. No me animé a ir hasta que más amigos aceptaron dicha invitación. En esas misiones debíamos vivir la semana santa con un pueblo de la sierra, dar catequesis preparar la liturgia, etc. Yo no sabía hacer nada de esas cosas, pero ahí estaba yo haciendo bulto. Conocí mucha gente, cada intento por ayudar a los otros era una lección para mí, enseñándome que soy más capaz de lo que creía, y que Dios quiere que sea feliz y que ese camino es el que tiene planeado para mí. Me surgió entonces la pregunta: ¿Señor qué me pides para poder seguirte, conocerte y ayudar al mundo? Y respondí NO, ¿cómo iba yo a dejar mis ideas de tener una familia, estudios? y ¿qué dirían los demás?
La experiencia de misiones cambió mi vida y decidí repetirla un par de veces más. Y en cada una se repetía la misma proposición con mayor o menor intensidad. La última de ellas fue la que más me impactó. Antes de esas misiones un amigo me había dicho que lo más grande a lo que podíamos aspirar era la santidad, que debíamos vivir buscando la felicidad en Dios. Durante las misiones, una religiosa, que ahí conocí, al final de la semana, me preguntó si me había planteado la vocación al sacerdocio. Una semana después una de mis mejores amigas me hizo la misma pregunta. Dentro de mí sabía que se me pedía eso y que era yo quien no quería.
Me mudé de ciudad, mis planes habían cambiado rotundamente, adiós novia, adiós amigos, adiós proyectos, adiós carrera. Tenía ahora que cambiar mis planes y metas a largo, medio y corto plazo. Pero en toda esta crisis lo único que me sostuvo fue saberme querido y consolado por Dios. Ahí fue cuando constaté que Dios existe, y desde entonces no lo puedo dudar. Fue muy explícito. Comencé la carrera de ingeniería técnica en informática, empecé a frecuentar un grupo de montaña, y en una exposición del Santísimo conocí un sacerdote que me ayudo a discernir todo esto que vivía. Me ayudo a entender muchas cosas de mi vida. Pero un día oí a alguien decir: “si ves que el Señor te pide una cosa y tú estás haciendo otra, no podrás ser feliz, deja lo que estás haciendo y vete”.
Ahí decidí entrar en el seminario y finalicé mi carrera de informático (que me quitaba mucha paz). Y dentro del seminario he encontrado mucha paz, he empezado a descubrir lo que realmente vale mi vida, a ver las cosas desde otro punto de vista, y sobre todo a quitarme esas máscaras que no dejaban ver a otros (y a veces a mí) mi verdadero rostro. Ahora me siento cada vez más libre. Plagiando un poco a algún santo quiero decir que antes me sentía esclavo y triste, sin saberlo, y ahora soy consciente de la libertad de mi vida y del gran amor que puede tener una persona por otros. Mi vida ha cambiado y soy consciente de mi vida.
Jaime Vales