La alabanza según el corazón de Dios: Alabador, Guerrero y Profeta
Noel Chircop, Revista Nuevo Pentecostés 187, Marzo 2020
Hay muchas cosas que definen a la RCC frente a otros movimientos en la Iglesia y es a través de estas características que uno puede ver “quiénes” somos en “qué” creemos y “cómo” nos comportamos; primero ante los ojos de Dios y su presencia y segundo ante el servicio al cuerpo de Cristo. Una de estas características diferenciadoras es la manera en la que alabamos. A través de los años hemos visto cómo la alabanza ha tomado forma y ha evolucionado de tal manera que ha pasado de ser un ministerio solo de apoyo a un ministerio que funciona y tiene sentido por sí mismo.
A través de los años hemos entendido que un ministerio de alabanza no es solo un ministerio de apoyo, un grupo de músicos que están para abrir la asamblea de oración (ya sea en el grupo o en un entorno más amplio) con algunas canciones que nos ayudan a orar y entrar en la presencia de Dios. Si profundizamos en el corazón de la Alabanza nos damos cuenta de que la respuesta que nos surge a esta cuestión es de alguna manera pobre y seguramente alejada de ser correcta y exhaustiva.
Lo bueno frente a lo ungido
Si la alabanza es un asunto del corazón, no podemos hacer otra cosa que entregar nuestros talentos y habilidades en el altar como “holocausto” a Dios. La primera mención que tenemos del altar como el sitio de la ofrenda está en el libro del Levítico 1,1-17. Esto es: Señor, aquí está mi música, el instrumento que toco y la canción que canto. Deja que se consuma hecha ceniza al mismo tiempo que lo que salga de mi corazón sea ofrenda agradable que suba como incienso y te dé a ti la gloria. Cuanto más alabemos de esta manera mayor será la manifestación de la Gloria de Dios entre nosotros porque Dios habita en la alabanza de su pueblo (Sal 22, 3). Si el que alaba verdaderamente entendiera lo que realmente pasa cuando Dios habita en la alabanza de su pueblo…
Imagínatelo, soñemos esto juntos. Yo creo que esto es lo que sucede realmente en el espíritu: cuando realmente alabamos tocamos el corazón de Dios y el Dios viviente reacciona: ¿cómo? Él viene y habita entre su pueblo. Los israelitas vieron esto mismo en el desierto; Moisés, junto con otros muchos en el Antiguo Testamento lo presenciaron muchas veces. Me imagino a todo el pueblo de Dios alabando como locos con todas sus habilidades y talentos, con sus voces e instrumentos y, lo más importante, con un corazón puro. Y en ese instante todo un Dios espontáneo decide hacerse presente…
¿Qué pasa aquí? Si os soy sincero, creo que lo que pasaría en ese momento es que todos los alabadores y el pueblo de Dios ante la presencia de Dios mismo dejarían de tocar, cantar y alabar. ¿Por qué? Porque contemplan al Todopoderoso en medio de ellos. Un gran silencio profundo sobreviene… Pero tan pronto como el pueblo de Dios recupera los sentidos su alabanza se transforma y su oración se torna nueva a causa de la revelación de Dios. ¡Wow! Cuando esto ocurre la “buena” alabanza trasciende y se transforma en alabanza “ungida” porque en la escena aparece el Espíritu Santo que toma el relevo y nos inspira en nuestra ofrenda. La Renovación Carismática tiene esto como sello distintivo de cómo adora la asamblea. Esta escena que he descrito ha sido testimoniada por muchos en todo el mundo y el Señor ha bendecido a muchos músicos y profetas con la unción que nos ha guiado hasta las cortes de El Shaddai (Dios Poderoso) de una manera maravillosa.
Es importante dejar claro que este “sueño” que he descrito es una realidad fehaciente en algunos lugares. Pero seamos realistas: no siempre y en todos sitios ocurre esto. ¿Y si realmente creyéramos que esta alabanza que hemos descrito es nuestro sello de identidad? Me preocupa cuando veo que hay gente que pasa de puntillas por esta alabanza ungida. Peor aún, conozco a personas, buenos músicos y con talento que continúan tocando buena música, pero han perdido su unción para llevar a otros a la adoración del corazón.Recemos para que el Espíritu Santo remueva nuestro corazón hacia el arrepentimiento y nos vuelva a Él con un renovado espíritu de alabanza y adoración.
Un renovado espíritu para alabar
Dado que somos el cuerpo de Cristo, estamos en constante renovación y creo de verdad que Dios quiere lanzarnos a una nueva forma de alabanza que tendrá un gran impacto no solo en la Iglesia, sino también en el mundo entero. Una de las características de nuestra alabanza llena de espíritu, ungida, es que está basada en nuestra llamada bautismal a ser profetas (también sacerdotes y reyes).
Vivimos un tiempo como Iglesia en la que creo humildemente que el Espíritu nos está llamando a esta ALABANZA PROFÉTICA. De hecho ya está aquí; la vemos y la presenciamos ya, pero Dios quiere que demos un paso más y para hacer esto, nuestra alabanza necesita experimentar una nueva libertad que hable desde el amoroso corazón de Dios a su pueblo amado. La alabanza llena del Espíritu debe ser ungida y como está ungida, está dotada de los dones del Espíritu Santo.
Estamos en los albores de una nueva era en la que después de un silencio muy largo, Dios desea bendecirnos con los dones de profecía, palabras de sabiduría y palabras de conocimiento de modo que en nuestra alabanza y a través de ella sintamos a Dios devolviéndonos su amor para que podamos experimentar la libertad en Cristo a través del Espíritu Santo. Esto significa que la alabanza toma la forma de diálogo con Dios.
Profetas y misioneros
Nuestra alabanza es una manifestación pública de nuestra oración y adoración ante nuestro Dios amado. ¡Es una acción pública, hermanos! Esto significa que no es una acción limitada a los actos dentro de la Iglesia y lugares donde organizamos nuestras asambleas. Como en un nuevo Pentecostés, nuestra alabanza necesita romper las fronteras de nuestras iglesias y encuentros y alcanzar a toda la humanidad. De tal manera que la gente que no hable nuestro idioma pueda entender que Dios les está hablando a ellos y atrayéndolos hacia su Corazón, de forma que así experimentaremos la reconstrucción del tejido social.
¡Ven Espíritu Santo! Enséñanos a bendecir a Dios y a transformar nuestra alabanza en una ofrenda agradable al Padre a través de Jesucristo. Sé nuestro Maestro, guíanos con audacia y otórganos un espíritu evangélico para ser profetas de Dios arrepentidos y renovados. Amén.